Cómo explicar los trabajos verticales a tus hijos sin que se asusten

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Mi hijo tiene cinco años, se llama Marcos y es muy curioso. Pregunta todo el rato cosas, y desde hace un tiempo me pregunta por mi trabajo. Me dice: “Papá, ¿por qué llevas esas cuerdas?” o “¿Por qué te pones ese casco?” o “¿Por qué te vas tan temprano?”. Y claro, yo intento explicárselo… pero sin asustarle.

Trabajo en las alturas, hago trabajos verticales. Eso significa que, en vez de trabajar en el suelo, lo hago colgado con cuerdas y a gran altura, como si fuera un alpinista. Pero, en vez de subir montañas, subo edificios. Puedo limpiar cristales, reparar fachadas, colocar carteles, revisar tejados… lo que haga falta. Hay quien me llama “el hombre araña”. Yo me río, pero sé que no es un juego. Es un trabajo serio y a veces muy peligroso.

Y ahí viene el dilema. ¿Cómo se lo cuento a mi hijo sin que se asuste? ¿Cómo le explico que su padre se cuelga de una cuerda a 30 metros del suelo, sin que se le quede la imagen en la cabeza y se preocupe? No quiero que tenga miedo, pero tampoco quiero mentirle, y quiero que entienda que lo que hago tiene sentido que es útil y que lo hago con cuidado.

Así que me lo tomé como un pequeño reto: explicarle mi trabajo de forma sencilla, clara, y sin meterle miedo. Y te cuento cómo lo hice, por si te sirve.

 

Empecé por lo básico: qué significa trabajar en altura

La primera vez que me preguntó, no le dije: “Hago trabajos verticales”, porque eso no lo iba a entender. Le dije:

—Trabajo en sitios altos, muy altos. A veces en edificios grandes, pero no entro dentro, me quedo por fuera. Como los que limpian los cristales de las torres.

Puso cara de sorpresa. Me preguntó si tenía que volar y yo me reí.

—No vuelo, me cuelgo con cuerdas, como los escaladores.

Y ahí ya le interesó más, porque los escaladores le gustan. Había visto uno en un dibujo animado.

Le hablé de las cuerdas, de los mosquetones, del casco. Me dijo:

—Entonces llevas armadura, ¿no?

—Algo parecido. Es un equipo que me protege para que no me caiga.

Y con eso ya tenía una imagen clara. No le di más detalles ese día, solo quería que se quedara con la idea de que trabajo en sitios altos, pero estoy protegido.

 

Le enseñé las herramientas como si fueran juguetes

Otro día, me vio preparando el equipo antes de salir. Se acercó con los ojos como platos. Le dejé tocar el casco, los guantes, el arnés. Todo estaba en el suelo.

—¿Esto qué es?

—Este es el arnés. Es como un cinturón muy grande que me abraza entero y me sujeta con las cuerdas.

Le puse el casco (aunque le quedaba grande). Le gustó y le pareció divertido.

—¿Y esto?

—Este mosquetón sirve para unir cosas. Como si fuera un clip, pero muy fuerte.

Le dejé abrirlo y cerrarlo.

—¡Clac, clac!

Para él era un juego, pero yo ya estaba sembrando una idea: que todo eso no es peligroso si lo usas bien. Que no estoy colgado a lo loco, que tengo equipo, que lo reviso, que lo cuido.

Hay muchas empresas de trabajos en altura, pero todas coinciden en el mismo. Traltur, por ejemplo, lo dice muy claro: “la seguridad no se negocia”. Y eso, para los que nos colgamos cada día, es la base de todo.

Me gusta que se hable así, porque los niños también lo captan. Si yo le enseño a mi hijo que hay normas y respeto por el trabajo, lo va a ver como algo serio, no como una locura.

 

Le conté que no estoy solo

Otra cosa que hice fue explicarle que nunca trabajo solo, que siempre hay compañeros conmigo y que nos ayudamos.

—Papá, ¿y si te caes?

—No me caigo porque estoy atado. Y si algo falla, mis compañeros me ayudan. Nos cuidamos mucho.

Eso le tranquilizó, porque los niños se sienten más seguros si saben que no estás solo. Le conté que, antes de subir, revisamos todo juntos. Que hablamos, que no subimos si hay viento, que hay normas… Vamos, que tenemos unas pautas para que todo vaya bien.

No usé palabras técnicas, solo le dije que hay reglas que sigo para que todo salga bien. Y que si algo no está claro, no lo hago.

 

Nunca le enseñé fotos desde arriba… al principio

Tenía ganas de enseñarle fotos de dónde trabajo. Porque tengo muchas: desde tejados y fachadas hasta grúas, pero me contuve. No quería que viera el vacío antes de entender lo que hago. Así que al principio solo le enseñé fotos mías con el equipo puesto: en el suelo, preparando las cosas, sonriendo con mis compañeros…

—Mira, este es papá antes de subir.

—¿Estás contento?

—Sí, me gusta mi trabajo. Pero siempre lo hago con cuidado.

Después, cuando vi que lo iba entendiendo, le enseñé alguna foto más desde arriba.

—¡Qué alto!

—Sí, pero mira esta cuerda. Y esta otra. Estoy atado por dos sitios. Y si una falla, la otra me sujeta.

Le señalaba las partes de la cuerda. Le explicaba que todo lo revisamos. Que usamos doble seguridad. Que hay sistemas de freno.

No me pasé de técnico, solo le hacía ver que no es una locura.

 

Cuando me despidió con un “ten cuidado”, supe que iba bien

Una mañana, me estaba poniendo el arnés en casa y él me dijo:

—Papá, ten cuidado, ¿vale?

Ahí supe que lo había entendido. Que no le parecía algo de miedo, pero sí algo serio. No se asustó, me abrazó y se fue a desayunar.

Eso me dio confianza, porque yo no quiero que se preocupe cada vez que salgo, pero tampoco quiero que se lo tome a la ligera. Me basta con que entienda que es un trabajo especial, que necesita cabeza y que lo respeto. Y que él también puede respetarlo sin temerlo.

 

Aproveché para enseñarle valores

Este trabajo, aunque no lo parezca, da para hablar de muchas cosas con los niños. No solo de cuerdas y cascos, también de valores. Y aproveché para hablarle de ellos.

  • Responsabilidad: Le dije que no puedo subir si no estoy concentrado, que tengo que dormir bien, comer bien, que hay días que no subo si no me siento bien… Y eso le enseñó que no todo se hace porque sí.
  • Confianza: Le conté que confío en mis compañeros, que nos ayudamos, que si uno duda, el otro escucha, que trabajamos en equipo. Le dije que la confianza no es ciega, que se gana con hechos.
  • Calma: Le expliqué que no se puede subir con prisa, que hay que ir paso a paso. Que si algo no sale, se baja y se vuelve a pensar. Le vino bien oír eso, porque a veces él se acelera, como todos los niños.
  • Cuidado por los demás: Le conté que, además de protegerme yo, tengo que pensar en los de abajo. Que si se me cae algo, puede hacer daño a otros compañeros. Que por eso uso cuerdas de seguridad para las herramientas y señalizamos las zonas. Eso le hizo pensar y aprendió que no todo es “yo”, sino “nosotros”.

 

Cuando me pidió ser como yo, me dio miedo… pero también orgullo

Un día me dijo:

—Cuando sea mayor, quiero hacer lo que tú haces.

Me quedé callado. Por dentro, pensé: “¡No, por favor!”. Pero por fuera sonreí.

—Si algún día lo haces, tendrás que aprender mucho y hacerlo con cabeza.

—Sí. Yo también quiero casco y cuerdas.

No le quité la ilusión, pero tampoco le animé a lo loco. Le dije que hay muchas formas de trabajar con las manos y que lo importante es hacerlo bien. Sea lo que sea.

 

También le dije que a veces tengo miedo

No quise parecer un superhéroe, no le dije que nunca tengo miedo, porque sería mentira.

Le dije que hay días en los que me da respeto subir porque hay viento, que hay sitios complicados, pero que ese miedo me ayuda a estar más atento. Le dije que el miedo no es malo, es una señal, y que si algo no está claro, digo que no.

Eso también le ayuda, porque los niños creen que los adultos no dudan, y está bien que vean que sí. Que el miedo no paraliza, pero tampoco se ignora.

 

¿Y si un día me pasa algo?

Esta es la parte más difícil, pero creo que también hay que pensarla. Si un día tuviera un accidente, ¿qué sabrá mi hijo? ¿Cómo lo vivirá?

Por eso me esfuerzo en que entienda desde ya que el trabajo que hago tiene riesgos, pero no es una locura. Que me cuido, que me preparo, que tengo compañeros y que usamos todo lo posible para evitar accidentes.

No quiero que el miedo le invada si algún día oye algo, quiero que confíe, que recuerde que lo hice siempre con cuidado y que no era un capricho.

 

Enseñar sin miedo, enseñar con verdad

Al final, explicar los trabajos verticales a un niño no es muy distinto a explicar cualquier cosa: se trata de hacerlo poco a poco, con cariño, sin mentiras y adaptándose a lo que puede entender.

No hace falta hablarle como a un adulto, pero tampoco hay que ocultarle todo. Si lo haces con calma y desde el ejemplo, lo entiende y lo acepta.

No hay fórmula mágica. Solo verdad, paciencia, y mucho amor.

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