¿Alguna vez te has preguntado qué se siente trabajando en el mar? Puede que lo relaciones con mucho mareo y mucho olor a pescado ¡les pasa a todos! Sin embargo, la experiencia vivida en primera persona se vuelve completamente diferente: trabajar en el mar, ser marinero o mejor aún, ser capitán, puede cambiarte la vida: y por eso te voy a contar mi experiencia.
¿De donde surgió mi interés por ser capitán de yate?
La verdad, nunca pensé que acabaría en el mar, mucho menos a cargo de un yate. Todo comenzó con unas vacaciones en la costa, cuando un amigo nos invitó a navegar. Ese primer paseo fue revelador: el horizonte infinito, el vaivén de las olas… Me di cuenta de que estar en el mar me daba una libertad única, y cada salida me dejaba con más ganas de aprender a dominar esas aguas. Fue entonces cuando surgió la idea de tomar el mando en serio.
Pero no fue una decisión sencilla. La idea de dirigir un yate parecía emocionante y aterradora al mismo tiempo. No se trataba solo de «ir a navegar»; ¡iba a tener que aprender cada aspecto técnico, de seguridad y de navegación! Poco a poco, el deseo de ser capitán creció, y pensé: ¿por qué no intentarlo?
Aunque tenía bastante miedo e inquietud por el proceso, decidí arriesgarme. Ya había intentado varias veces estudiar y formarme en cosas que me habían recomendado otras personas, y me habían salido bastante mal. Me encontraba en una situación incómoda y completamente confusa, y por un momento pensé en intentar algo que me interesaba a mí, en lugar de pensar en hacer algo que gustaba a los demás.
El camino no sería fácil y no tuve mucho apoyo, pero me dio igual: estaba totalmente decidido.
¿Qué tuve que estudiar?
Cuando decidí embarcarme (nunca mejor dicho) en esta aventura, el primer paso fue buscar qué debía estudiar para ser capitán de yate. Me encontré con cursos y certificaciones específicas, y aunque parecía que no, lo cierto es que había mucho que estudiar: teoría de navegación, primeros auxilios, gestión de emergencias ¡y mucho más!
Lo primero fue obtener el PER (Patrón de Embarcaciones de Recreo) y, tras algunas prácticas, pasar al siguiente nivel. Me preparé para la certificación de capitán de yate, un curso bastante completo que me enseñó sobre meteorología, cartas náuticas y maniobras de atraque. Sorprendentemente, también incluía asignaturas sobre cómo actuar en situaciones de riesgo, porque estar en el mar puede volverse realmente complicado en tan solo un segundo (fue entonces cuando se me vinieron a la mente todas las películas de tormentas en el mar ¡es impresionante cómo se torna todo en un caos absoluto de pronto!).
Debían enseñarme a estar preparado para cualquier emergencia, mostrarme qué hacer si el motor fallaba, e indicarme cómo tratar a los pasajeros durante una tormenta inesperada. Al final, no era solo un título; era saber que estaba listo para cualquier cosa.
¿Cómo fueron mis prácticas?
Las prácticas fueron el siguiente gran reto, y ¡vaya si lo fueron! Estar en un simulador no es lo mismo que tener el timón en el mar abierto. La primera vez que tuve que hacer una maniobra real me temblaban las manos. Pero, poco a poco, los nervios se transformaron en confianza.
Durante estas prácticas, aprendí a leer las olas y entender cómo cada movimiento influía en el barco. ¡Recuerdo un día de tormenta en el que casi no podía ver más allá del frente de la cabina! También aprendí a guiarme a través de la observación de los astros, algo imprescindible para un buen capitán, según menciona la escuela Avante. Sin lugar a dudas, esta práctica me enseñó más de lo que cualquier libro o clase podría haber hecho: la experiencia en el mar es un aprendizaje constante. Cada día y cada práctica fueron dándome la habilidad y la seguridad necesarias para saber que podría llevar un yate sin problemas.
Mis primeros días trabajando: toda una experiencia.
Cuando obtuve el título y finalmente empecé a trabajar, los primeros días fueron una mezcla de emoción y ansiedad. Las dudas eran inevitables: ¿Estaré haciendo todo bien? ¿Y si algo sale mal?
Sin embargo, al mismo tiempo, tener la libertad de navegar por donde quisiera y ver a los pasajeros disfrutar de la experiencia hacía que todo valiera la pena.
La primera travesía fue corta, un trayecto sencillo y sin complicaciones, y me ayudó a ganar confianza, pero las siguientes fueron menos tranquilas; una vez tuvimos que regresar a puerto de urgencia por una avería que surgió de la nada. Sin embargo, aunque fue estresante, me enseñó a actuar rápido y a tener siempre un plan B.
¿Qué valores aprendí tras trabajar como capitán de yate?
Trabajar como capitán de yate ha sido mucho más que aprender a navegar; ha sido una auténtica escuela de vida. En el mar, cada día es diferente, y hasta el recorrido más sencillo puede volverse un reto inesperado.
La responsabilidad de cuidar de la tripulación, del yate y de los pasajeros me ha enseñado lecciones de vida que jamás pensé que aprendería.
Los valores que aprendí se pueden resumir en:
- La importancia de mantener la calma.
Una de las primeras cosas que aprendí es que el mar es impredecible, y puede pasar de la calma a la tormenta en cuestión de minutos. Al principio, cada cambio en el viento o en el oleaje me causaba nervios, y lo notaba en las manos, que me temblaban cuando intentaba maniobrar. Sin embargo, pronto me di cuenta de que la clave para mantener el control era permanecer calmado, sin importar lo que pasara a mi alrededor. Aprendí a mantener la cabeza fría y a no dejarme llevar por el pánico.
Esto es muy importante cuando se trata de tomar decisiones rápidas, pues un error podría poner en peligro a todos a bordo; desde entonces, esta calma y serenidad se han vuelto parte de mi vida diaria, y me doy cuenta de que aplicarlas fuera del trabajo también ha cambiado mi manera de enfrentar los problemas.
- Debo tener confianza en mí mismo y ser resiliente.
Como capitán, cada decisión recae sobre ti. Cuando todo sale bien, es gratificante, pero cuando algo falla, también es tu responsabilidad arreglarlo. Esto me ha enseñado a confiar en mi propio juicio y a ser resiliente frente a los problemas.
Como has podido comprobar, los primeros días cometí errores, como elegir rutas no tan adecuadas o subestimar las condiciones meteorológicas. Pero en lugar de dejar que esos errores me frustraran, aprendí a ver cada uno como una oportunidad para mejorar. Con el tiempo, esa capacidad de aprendizaje y adaptación se fue reflejando en cada aspecto de mi vida.
Sin duda, trabajar en el mar me ha enseñado que siempre se puede aprender algo nuevo, y que los errores son parte fundamental del crecimiento.
- El valor de la previsión y la planificación.
En el mar, nada puede darse por sentado, y por ello, tener una planificación previa es imprescindible.
Debemos estudiar la previsión meteorológica y revisar cada rincón del yate antes de zarpar, ya que cualquier descuido puede desencadenar un problema más grave. Gracias a ello, ahora, soy consciente de todo lo que puede salir mal y planifico cada movimiento con antelación.
Este valor de la previsión me ha ayudado a ser más organizado también en mi vida personal, anticipándome a situaciones y resolviendo problemas antes de que se conviertan en crisis.
- Trabajo en equipo y liderazgo.
La vida en el mar me ha enseñado la importancia de trabajar en equipo. Aunque el capitán es quien toma las decisiones finales, sin una tripulación que confíe en él y siga sus instrucciones, el barco no llegaría a ninguna parte. A lo largo del tiempo, he aprendido a liderar con empatía y a escuchar a mi equipo.
Me he dado cuenta de que la autoridad no solo consiste en dar órdenes, sino en ser un apoyo y un referente para los demás. Liderar en el mar es saber resolver los problemas rápidamente y eficazmente, asegurándome de que todos estén tranquilos y concentrados en sus tareas.
- El poder de adaptarse a los cambios.
El mar nunca es el mismo dos veces, y cada viaje me recuerda que la adaptación, es una habilidad esencial. Aunque al principio prefería seguir rutas conocidas y predecibles, con el tiempo aprendí a apreciar los cambios inesperados.
El viento, la marea y el clima me enseñaron a ser flexible y a saber adaptarme a lo que cada día traiga. Esta habilidad también me ha sido de gran ayuda fuera del trabajo, en esos momentos donde los planes cambian de repente y hay que encontrar la mejor solución rápidamente.
Reflexión final.
Ser capitán de yate ha supuesto para mí una experiencia transformadora, llena de lecciones valiosas que han dejado huella en mi personalidad. Me ha convertido en una persona más resiliente, paciente y adaptable, y cada vez que estoy en el timón, siento que el mar sigue enseñándome cosas nuevas sobre la vida y sobre mí mismo.
¡No lo cambiaría por ningún otro trabajo, sin duda es lo mío!